Cada 7 de julio se celebra el Día Internacional de la Conservación del Suelo, una fecha instaurada en 1963 en honor al científico estadounidense Hugh Hammond Bennett, pionero en el estudio y defensa de la salud de los suelos. Bennett demostró que la productividad y la vida dependen directamente de su cuidado: “La tierra productiva es nuestra base, porque todo lo que hacemos comienza y se mantiene con la sostenida productividad de nuestras tierras agrícolas”.

El suelo es un recurso vivo que sostiene el 95 % de la producción mundial de alimentos, según la Organización Mundial de Naciones Unidas; y alberga un cuarto de la biodiversidad del planeta, desde bacterias y hongos hasta insectos y pequeños mamíferos. Sin embargo, prácticas agrícolas insostenibles como la agricultura intensiva, el uso excesivo de fertilizantes y pesticidas, la deforestación o los cambios de usos están degradando su estructura, su fertilidad y la biodiversidad que contienen. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) recuerda que la mayoría de los alimentos provienen de tierras agrícolas y que, ante el crecimiento previsto de la población mundial hasta los más de 10.000 millones de personas en 2050, la salud del suelo será clave para garantizar alimentos y forraje de forma sostenible.

La degradación de los suelos conlleva pérdida de materia orgánica, erosión, salinización, acidificación y contaminación, afectando no solo a la producción de alimentos, sino también al agua, al clima y a la biodiversidad global. Al mismo tiempo, su conservación contribuye a mitigar el cambio climático, regular el ciclo del agua y mantener ecosistemas sanos y resilientes.

El Día Internacional de la Conservación del Suelo recuerda que, a diferencia de otros recursos naturales como el agua o el aire, los suelos no se regeneran rápidamente: su formación puede tardar siglos. Por ello, su protección es fundamental para garantizar el bienestar y la vida de las generaciones presentes y futuras.